Son muchos los escritores que recurren a la Biblioteca de Híjar Las Gabias para que esta les haga la reseña de sus libros y les de difusión de sus ejemplares, nosotros encantados de la vida de poder ayudar a todos los que quieren hacer su sueño realidad. Últimamente nos vienen desde el otro lado del charco (México), pero en esta ocasión llegaron desde mucho mas cerca, Lorca (Murcia) de manos de Francisco José Motos, el cual publico dos libros "El perseguidor de Sueños" y "La estación del destino" dedicada para todos los socios de la Biblioteca.
Pues aquí os dejamos una pequeña biografía de este gran autor y una reseña de Mariano Valverde Ruiz.
Francisco José Motos Martínez
El autor nació en Lorca bien avanzados los años grises de la década de los sesenta.
Su vocación más temprana fue la del periodismo y acabó cambiando esta para sumergirse en el mundo de la empresa. Diplomado en Gestión de Empresas y posgrado en Dirección Estratégica peregrinó por parte del mundo al servicio de empresas punteras en sus sectores.
El primer amor reconocido fue la escritura y aquellas lecturas que regaban con un poco de imaginación la penuria cultural de aquellos días en los colegios españoles.
Casita de chocolate, el lobo feroz, las botas de siete leguas y tantos otros que hoy parecen ingenuidades que nunca existieron.
La situación de la familia y la necesidad de sumergirse de nuevo en todo lo que era importante lo llevaron de vuelta a la escritura. Fruto de estos cambios y de la necesidad vital de escribir surgió estas novelas.
El perseguidor de sueños y La estación del destino.
Escribir para vivir, escribir para sentir. Leer para ser libres.
Su vocación más temprana fue la del periodismo y acabó cambiando esta para sumergirse en el mundo de la empresa. Diplomado en Gestión de Empresas y posgrado en Dirección Estratégica peregrinó por parte del mundo al servicio de empresas punteras en sus sectores.
El primer amor reconocido fue la escritura y aquellas lecturas que regaban con un poco de imaginación la penuria cultural de aquellos días en los colegios españoles.
Casita de chocolate, el lobo feroz, las botas de siete leguas y tantos otros que hoy parecen ingenuidades que nunca existieron.
La situación de la familia y la necesidad de sumergirse de nuevo en todo lo que era importante lo llevaron de vuelta a la escritura. Fruto de estos cambios y de la necesidad vital de escribir surgió estas novelas.
El perseguidor de sueños y La estación del destino.
Escribir para vivir, escribir para sentir. Leer para ser libres.
RESEÑAS
14 de enero de 2015
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz ©
En
los ambientes literarios se suele decir que la segunda novela es la que marca
la línea de un escritor, la que le comienza a definir y la que le confirma como
tal. Tras el éxito de El perseguidor de sueños, F.J. Motos se
enfrentaba ahora a ese reto con La estación del destino. Y bajo mi
criterio de lector empedernido, creo que lo ha conseguido.
Con La
estación del destino, Motos da un paso adelante en la configuración de la
estructura de sus novelas, en la coherencia del hilo narrativo, en la
caracterización de los personajes principales y en la riqueza del vocabulario
utilizado. Y lo hace sin perder la minuciosidad en las descripciones de los
pensamientos humanos, los sentimientos y las controversias a que los hombres
estamos sujetos en la experiencia vital.
La
novela cuenta la intrahistoria de una familia. Oscuros y trágicos secretos,
mentiras, envidias, los pequeños mundos de las sociedades mínimas… Para ello,
el autor enfoca la acción y sus consecuencias muchas veces en la vida interior
de los personajes, y realiza una apuesta valiente y un tanto arriesgada, al
utilizar tres narradores diferentes, todos ellos protagonistas, en primera
persona, Elena, Miguel, Ana María, y en algunos pequeños pasajes, un narrador
omnisciente.
La
acción comienza con la muerte de un hombre, el patriarca de la familia, Amador,
“el que nadie amaba” y este hecho desata recuerdos, vivencias, oscuras
motivaciones y pone de manifiesto un terrible secreto que llevará al lector
hasta sus últimas páginas con la incógnita en la palabra. Se van sucediendo
escenas en las que se denota un cierto humor negro, otras de tono erótico, y
algunas con una carga, casi visceral, de emociones. Toda la narración está
salpicada de giros poéticos y de una mezcla explosiva de cotidianeidad y
profundidad.
No
faltan en el texto referencias culturales o históricas que demuestran la
apuesta por la defensa de la cultura que el autor defiende. Una cultura que nos
hace libres. Son pinceladas que dibujan varías épocas del siglo XX y de
comienzos del XXI, que se viven en los escenarios de la novela: el valle del
Guadalentín (Murcia), el Ampurdán (Cataluña) y Narbonne (sur de Francia).
La
novela desemboca en un final bien resuelto. Unas secuencias finales que me han
recordado La oda a la eternidad, el poema de William Wordsworth,
que recita Natalie Wood cuando su dolor es más fuerte que la esperanza en la
película Esplendor en la hierba. Sin embargo, los personajes han
realizado un viaje hacia la sinceridad en un camino que desemboca en una
búsqueda, en la tarea de encontrar la esperanza que les queda, en el esfuerzo
por hallar una segunda oportunidad, como el autor precisa en algún momento de
la narración.
Para
terminar, he de decir que esta novela me ha dejado el regusto de una tragedia
lorquiana, una historia en la que el fuerte carácter de los personajes
femeninos se impone al destino, a la fatalidad de la vida, al sufrimiento y al
dolor, para aferrarse de nuevo al presente. Son personajes que afrontan la
realidad y renacen como una brizna de hierba nueva que resurge de las mismas
raíces, con el color verde de las hojas de los naranjos, con la majestuosidad
de la vida, en un canto coral del amor y la esperanza. El destino es así de
oportunista.
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